Lo vemos escrito en las etiquetas de nuestros sérums, lo escuchamos en boca de nutricionistas, aparece en artículos sobre envejecimiento, piel y salud… y sin embargo, muchas veces no tenemos del todo claro qué significa. Hablamos del estrés oxidativo, esa especie de enemigo silencioso que afecta a nuestro cuerpo (y sobre todo a nuestra piel) sin que nos demos cuenta. Y aunque su nombre suene más a laboratorio que a tocador, conocerlo es el primer paso para combatirlo.
¿La buena noticia? Puedes reducir sus efectos con gestos sencillos. ¿La mejor? Estás a tiempo de prevenirlo. Pero empecemos por el principio.
¿Qué es exactamente el estrés oxidativo?
El estrés oxidativo ocurre cuando en nuestro cuerpo hay un desequilibrio entre radicales libres y antioxidantes. Los radicales libres son moléculas inestables que se generan de manera natural en el organismo —por ejemplo, durante el proceso de respiración—, pero que también aumentan por factores externos como la contaminación, el tabaco, el estrés, el alcohol o la exposición solar sin protección.
Estas moléculas, cuando están en exceso, empiezan a dañar células sanas, acelerando el envejecimiento y afectando al funcionamiento de tejidos y órganos. ¿Traducción beauty? Pérdida de colágeno, manchas, flacidez, arrugas prematuras y piel apagada. Y eso es solo el principio.
Los antioxidantes son las moléculas encargadas de neutralizar a estos radicales libres. El problema es que cuando no hay suficientes —porque nuestra alimentación es pobre en ellos, porque no dormimos bien o porque estamos sometidos a un ritmo de vida acelerado— los radicales ganan la batalla. Y ahí empieza todo.
Principales causas del estrés oxidativo
Muchas veces lo provocamos sin darnos cuenta. Estas son algunas de las causas más comunes:
- Exposición solar sin protección: el sol es uno de los mayores generadores de radicales libres. Si no usas SPF cada día, tu piel lo sufre.
- Contaminación ambiental: partículas en suspensión, humo, gases... afectan directamente a la calidad de la piel.
- Estrés crónico y falta de sueño: sí, las emociones también se oxidan.
- Dieta pobre en antioxidantes: abusar de los ultraprocesados y no consumir suficientes frutas y verduras debilita nuestras defensas naturales.
- Tabaco y alcohol: dos grandes aceleradores del envejecimiento celular.
- Ejercicio físico excesivo y sin recuperación adecuada: entrenar está bien, pero sin descanso, el cuerpo se estresa a nivel celular.
Todo esto, sumado a la edad y a factores genéticos, hace que la piel envejezca antes de tiempo… a no ser que pongamos remedio.
¿Cómo reconocerlo? Síntomas más comunes
Aunque no lo veamos, el estrés oxidativo se manifiesta. Y lo hace de muchas formas, tanto externas como internas. En la piel, los síntomas más visibles son:
- Rostro apagado y sin luminosidad.
- Líneas de expresión prematuras, especialmente en el contorno de ojos y labios.
- Manchas oscuras o tono desigual.
- Pérdida de elasticidad y firmeza.
- Sensación de sequedad constante, aunque uses crema.
- Mayor sensibilidad cutánea, con rojeces o irritaciones que antes no tenías.
Pero también puede provocar cansancio físico, falta de concentración, dolores de cabeza recurrentes e incluso afectar al sistema inmunológico si se mantiene durante mucho tiempo.